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viernes, 26 de junio de 2009

LO QUE DICE EL ACADÉMICO LUÍS MARÍA ANSON DE LA NOVELA "PRENSA GULAG, LA APASIONANTE LUCHA DE UN PERIODISTA CUBANO DISIDENTE", de Julio San Francisco

EN EL PRÓLOGO A LA NOVELA INÉDITA DE JULIO SAN FRANCISCO EL PRESTIGIOSO ACADÉMICO DE LA ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA LENGUA, FIRME AMIGO DE LA LUCHA DE LOS DEMÓCRATAS CUBANOS Y DEL AUTOR SENTENCIA QUE SE TRATA DE UNA OBRA "de alto voltaje literario, interesante, apasionada, de escritura como un fulgor y conocimiento profundo de la condición del hombre".

PRÓLOGO

La señorita Pidal, azafata de una compañía aérea española, estaba encandilada con el empleado que en el hotel de La Habana le daba la llave de su habitación. Disfrutaba siete días de estancia en Cuba y propuso al atractivo joven, la misma tarde de su llegada, que salieran juntos. El empleado le dijo que no. Al día siguiente insistió la bella azafata. Cuando el empleado reiteró su negativa, la señorita Pidal le preguntó: “Es que no te gusto” “Claro que sí –respondió él- me gustas a rabiar. Pero si salgo con una extranjera me botan del puesto de trabajo”.

Esta historia la viví yo hace veinte años en La Habana, cuando Paco Rubiales ponía en pie la delegación allí de la agencia Efe. Al leer "Prensa Gulag, la apasionante lucha de un periodista cubano disidente" me encuentro con una situación muy parecida. El periodista cubano Arturo Estuardo se enamora de la española Amparo Bailén, que canta boleros en un festival de La Habana. Pero ese amor, apasionado, lleno de melancolía y por eso mismo delicado y profundo, provoca la destitución de Arturo en su periódico. No se pueden mantener relaciones amorosas con una extranjera en la Cuba castrista. El dictador ha extirpado hasta el último vestigio de libertad en la isla. Sólo viviendo lo que allí ocurre, o leyendo una novela como ésta, se puede hacer uno idea de la brutalidad represiva que padecen los cubanos. En Europa cuesta trabajo creer lo que pasa en Cuba. La dictadura se ha hecho tiranía. “Cuba, mi amor, te amarraron al potro, te cortaron la cara, te apartaron las piernas de oro pálido, te rasgaron el sexo de Granada. Cuba, mi amor, qué escalofrío te sacude de espuma a espuma”.

Hace unos años, decir la verdad sobre Fidel Castro era un intolerable acto fascista, un atentado salvaje contra la inteligencia, una anormalidad del sadismo reaccionario, una incalificable y tortuosa sumisión a la CIA y al Pentágono. La quinta pluma soviética, infiltrada en los más varios medios de comunicación del mundo occidental, como explicó muy bien Arnaud de Borchgrave en The spike, descalificaba a cualquier intelectual que tuviera la osadía de decir que Castro era un dictador.

Entonces como ahora, todo el mundo sabía que era un dictador, aún más, un tirano, pero no se podía exponer la verdad sin que se despeluzara el mundo “progresista”, conducido por el ronzal desde el Kremlin soviético. Octavio Paz y Mario Vargas Llosa fueron laminados de forma inmisericorde porque, al condenar todas las dictaduras, tuvieron la desfachatez intelectual de no excluir a la castrista. Ahora las cosas han cambiado. La actitud babeante, la beatería religiosa ante Castro se ha contenido. Los hinchas ultracastristas han replegado velas.

Algo es algo, en fin. Reconforta exponer la verdad sobre la tiranía castrista y denunciar las violaciones de los derechos humanos en Cuba sin que a uno le instalen disecado en las estanterías fascistas. De lo que se trata ahora es de presionar en todas las instancias internacionales y nacionales para que la isla recobre la libertad, derroque al tirano y recupere el progreso y la alegría de un futuro en el que se respeten los derechos humanos. Eso es lo que desea el pueblo cubano.

Mientras algunos políticos españoles siguen acudiendo a Cuba para postrarse de hinojos ante el dictador, sin denunciarle ante el Tribunal Penal Internacional, Castro ha llegado al extremo de quedarse con el noventa por ciento en dólares del salario de los trabajadores cubanos que prestan sus servicios en empresas extranjeras. Esos trabajadores sólo perciben el diez por ciento y en pesos cubanos. Los nuevos esclavos del castrismo se suman a la caravana incesante de atrocidades que ha permitido a Fidel prolongar su dictadura a la busca del medio siglo en el poder.

Prensa Gulag es la novela de la lucha heroica e individual por la libertad de expresión. A mi me ha llegado al alma. Tal vez porque una parte de mi biografía profesional está ligada a lo mismo que narra Julio San Francisco, al combate por la libertad contra la dictadura de Franco. Por mi artículo titulado La Monarquía de todos, publicado en “la tercera” de ABC, el 21 de julio de 1966, el dictador español me envió al exilio durante un año.

Perseguido hasta la vesania, Arturo, amigo por cierto de Raúl Rivero, consigue ser declarado refugiado político por la Embajada de España y decide volar a nuestro país en busca de su amor. En el aeropuerto le despojan de su única pertenencia: El diario de Ana Frank. “Aquí el único diario permitido es el del compañero Che Guevara”, le dicen. Y con toda la tristeza del mundo a cuestas, Arturo embarca en el avión hacia el exilio. Sabe ya que Amparo ha muerto.

El lenguaje de esta novela es certero, conmovedor, provocador, descarnado, electrizante, un fuego permanente de lirismo y procacidad. La construcción, un poco anticuada, pero eficaz. No hay en la novela, mensaje ni moraleja, gracias sean dadas a Dios. Julio San Francisco se ha limitado a colocar un espejo delante de la sociedad cubana actual. No sermonea sobre problemas morales. Ni los resuelve. Los plantea para que el propio lector extraiga sus conclusiones.

Una novela, en fin, ésta que el lector tiene entre las manos, de alto voltaje literario, interesante, apasionada, de escritura como un fulgor y conocimiento profundo de la condición del hombre.

Luis María ANSON
De la Real Academia Española

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