bienvenido / welcome

sin patria, pero sin amo
without motherland, but without love

viernes, 3 de julio de 2009

NOVELA "PRENSA GULAG, LA APASIONANTE LUCHA DE UN PERIODISTA CUBANO DISIDENTE", DE JULIO SAN FRANCISCO. FRAGMENTO DE HOY

Y lo peor, todos tienen su espada particular. Y yo, ¿qué hago? ¿Cómo debería actuar si, de pronto, se me parara delante, con una espada, un hombre dispuesto a matarme y nadie me ayudara? ¡Aaah, la cabeza! ¿Pero por qué siempre me hago la misma pregunta? No me rendiría, no correría, no pediría perdón. Antes que todo debo tener presente que no podría perder la serenidad. Erguiría el pecho, miraría al hombre a los ojos y le diría “cuando queráis, caballero”. Él, desconcertado por mi hidalguía y, por supuesto, iracundo por la humillación que esto significaría para él, levantaría la espada con la intención de dejarla caer sobre mi cabeza. Yo levantaría, rápido, el brazo derecho para detener la espada y me inclinaría hacia la izquierda. Su primer intento habría sido un fracaso, un fracaso rotundo. Mi mano -y no mi cabeza- caería a la calle. Es probable que en ese momento yo sintiera la tentación de recoger mi mano derecha con mi mano izquierda porque en ella está el lunar que tanto me celebra mi esposa. Sería una indelicadeza mía no llevársela, sería una indelicadeza mía, sin duda. No, pero no. Estaría justificado. Recoger la mano sería mi mayor peligro. No puedo ser sentimental. Tendría que encorvarme y mi cabeza quedaría, indefensa, debajo de la espada del hombre que, en ese momento, estaría mucho más indignado por el intento fallido y, además, mi mano izquierda permanecería ocupada sin necesidad. Cometería un error imperdonable. No, no puedo ser sentimental, al menos en ese momento, porque mi cabeza entonces también caería, irremediablemente, a la calle. Eso no puedo hacerlo aún cuando exista la remota posibilidad de que él no pueda cortármela, de que se ponga nervioso. Entonces lo que debo hacer es saltar hacia atrás cuando el hombre todavía esté levantando nuevamente la espada. Él, ¿qué podría hacer él en esta situación? Levantaría otra vez, es obvio, la espada en busca de mi cabeza, sí, la levantaría nuevamente. Yo cambiaría de táctica pues enfrentar una mano a una espada no da buen resultado. Ya lo habría comprobado. Inclinaría mi cuerpo hacia atrás, levantaría enérgicamente mi pierna izquierda para, en caso de perderla, no perder con ella totalmente el equilibrio, y la antepondría a la espada. Si se repitiera el resultado de la mano, como parecería posible, no debería, o no podría, consternarme. Tampoco puedo recoger, de inmediato, mi pierna izquierda aunque me sienta, como me siento, orgulloso de sus vellos que, como el lunar de la mano derecha, le encantan a mi esposa. Como decía, el hombre se enfurecería mucho más, muchísimo más, y se dispondría a intentar nuevamente dejarme sin cabeza. Él no tendría ya ninguna duda, conocidas las dificultades que causa un hombre con cabeza, comprobadas las consecuencias prácticas, de que dejarme sin cabeza sería, efectivamente, lo más importante. Él no admitiría, estoy convencido, que mi cabeza continuara ocasionándole contratiempos imprevisibles, insoportables, humillantes para él. Levantaría otra vez la espada. La espada ya estaría ensangrentada a pesar de mi inteligente empeño por no sangrar demasiado y yo también estaría algo ensangrentado. Esto es importante porque él lo notaría, pero la sangre no deba, de ninguna manera, impresionarme en un momento como éste, y mucho menos, aunque me resulte difícil impedirlo, causarme fatigas o sudores. Me mantendría sereno. Él dejaría caer la espada, por tercera vez, en busca de mi cabeza. Yo tendría que saltar sobre la pierna que me queda, hacia arriba y hacia atrás, alrededor de 45 grados, en parábola. Esto requeriría gran esfuerzo de mi parte, sobre todo el cálculo exacto. No dispondría de mucho tiempo. Detendría la espada, en esta ya casi decisiva ocasión, con la mano izquierda, pero si le ocurriera lo mismo que a la derecha y que al pie izquierdo, todavía me quedaría la pierna derecha y, por tanto, la posibilidad de un último salto. Esta es la razón fundamental por la cual no debo utilizar la pierna derecha antes que la mano izquierda. No puedo perder la mano y pierna de un mismo lado para continuar enfrentando al hombre con la mano y la pierna del otro lado porque perdería el equilibrio. Lo del equilibrio es importante, tengo que interiorizarlo. De ser posible, debo perder los miembros alternos, tengo que perder los miembros alternos, tengo que perder los miembros alternos. Correcto. Todavía me quedaría la posibilidad de un último salto. Saltar sin pies sería sumamente difícil y no poder saltar, aunque sea con un pie, en una situación como ésta es, sin duda, peligroso, nadie lo dudaría. Analizado fríamente, podría perder también la pierna derecha. Si la perdiera, descansarían sobre la calle, a un lado, mi mano derecha, a otro, mi mano izquierda, hacia delante, mi pie izquierdo, hacia atrás, mi pie derecho, al centro, estaría yo , y frente a mí, el hombre con la espada en alto. Carajo. La situación se habría complicado y podría seguir complicándose, sería difícil para mí. Si perdiera la pierna derecha mi esposa tendría que contentarse con admirar los vellos de mis muslos después de que cicatrizaran las partes cercenadas. No puedo perder la pierna derecha. Ahora, menos que nunca, se me puede ocurrir recoger mis cosas, es decir, mis manos y mi pie izquierdo. Para eso habrá tiempo suficiente si salgo bien del asunto, pero supongamos, en el peor de los casos, que también perdiera la pierna derecha. El hombre estaría ya al filo de enloquecer, su cara, febril, sus ojos, desorbitados y enrojecidos por la ira y la impotencia. Estaría, en pocas palabras, más peligroso que nunca. Yo podría, sin perder la serenidad, ni preocuparme por la sangre, tratar de engañarlo, pues no podría moverme ni saltar como antes. ¡Aaah, la cabeza! Me quedaría así sin manos y sin pies, quieto, mirándome el estómago, como diciéndole con los ojos claros, serenos, (debo realizar con mi mirada firme un recorrido desde la punta de su espada hasta mi ombligo dos o tres veces), “tirad, caballero, una estocada a mi estómago”. Así, insinuadamente, con mi único poder, el que emane de mis transparentes ojos. Él podría caer en la trampa, éste sería el instante más decisivo para mí, y punzar mi estómago para intentar ultimarme. Lo importante es que él, soberbio y tozudo, se olvide, aunque sea en ese instante, de mi cabeza. En ese momento, él, que estaría a una altura muy superior a mi estómago, podría dejarse llevar por la furia prepotente y punzarlo. Esa sería mi última oportunidad, al menos según el sentido común. Yo, inmediatamente después de que sintiera la espada entrar en mi estómago, inclinaría la cabeza hacia delante y mordería la espada, intentando, por supuesto, no cortarme las comisuras de los labios, para quitarle el arma con los dientes. Él ya estaría agotado, cegado por la ira. La situación podría cambiar inesperadamente. Si le quitara la espada, objetivo ya no muy difícil en estas circunstancias, podría intentar demostrarle que el hecho de que alguien tenga la espada no significa, desde mi punto de vista humanístico, que deba blandirla contra quienes no la tienen. Esperaría a que se calmara un poco, se la devolvería y le pediría que me ayudara, si no está muy cansado, a recoger mis cosas, es decir, mis manos y mis pies. Y él, probablemente, me cortaría la cabeza, pero mi cabeza, dispuesta a continuar siendo cabeza, caería a la calle y, con la energía y la decisión acumuladas de vencer al hombre, rebotaría y golpearía fuertemente su cabeza por el frontal.

Y tal vez lo vencería –pensó Arturo y despertó.

No hay comentarios: