bienvenido / welcome

sin patria, pero sin amo
without motherland, but without love

martes, 4 de agosto de 2009

PRIMEROS PÁRRAFOS NOVELA "PRENSA GULAG" DE JULIO SAN FRANCISCO

M abrió los muslos, encorvó las piernas y, cogidas con ambas manos por las rodillas, contorsionada, jadeante y sudada, dijo "me has sacado la vida, c...", mientras Arturo Estuardo se preguntaba por primera vez "¿Quién será esa Amparo Bailén?”. Empezaría así en 1994 una bellísima y dramática historia de amor que sólo el comunismo o la muerte podrían destruir, entre quien era entonces la voz femenina más importante del Bolero en España y un periodista cubano, Arturo Estuardo.

Aquella noche M lo había invitado a cenar en su chalet a las afueras de Nueva Gerona, la capital de Isla de Pinos, paradisíaco paraje en medio del mar al sur de Cuba. Arturo aceptó el gesto a la importante poetisa cubana con la condición de que ella prepararía la cena, él escribiría la cuartilla para su periódico, irían a la cama y, cumplida la misión, él partiría hacia la redacción, pues se trataba de una noticia de cierre para la primera plana del siguiente día.

En la cocina, M se las veía con viandas, frutas, vegetales y salsas y, en su estudio, él se las arreglaba con los conocidos qué, cómo, dónde y cuándo que debe responder cualquier lead periodístico bien escrito. Era una nota de rutina dando a conocer los cantantes que asistirían ese año al prestigioso Festival del Bolero de La Habana, cuya subsede principal sería la pintoresca ciudad de Nueva Gerona en la turística Isla de Pinos. En la relación que le habían entregado en la delegación de Cultura había leído, entre los nombres de la argentina Mercedes Sosa, la peruana Tania Libertad, la dominicana Sonia Silvestre, el cubano Portillo de la Luz, por primera vez, el de la mujer que se convertiría en el gran amor de su vida y que ya nunca podría separar de su azarosa historia y de su incansable corazón: Amparo Bailén.

Arturo se levantó, se vistió, le dio un último beso a M en la mejilla, le acarició con la mano derecha el pie izquierdo en rol de amante perfecto, y fue a entregar las susodichas veinte líneas que todo el turno de guardia estaba esperando en el periódico Victoria, voz del Pueblo Revolucionario, en la isla cubana.

Cuatro noches después la Plaza del Guerrillero Heroico -bautizada así en homenaje a Ernesto Guevara- estaba impresionantemente engalanada y recibía a los autores e intérpretes más prestigiosos del bolero en Cuba, México, Colombia, España.

Como los jefes de páginas culturales pueden tomarse algunos pequeños privilegios, Arturo se reservó cubrir precisamente ese escenario donde actuaría la cantante española. Recuerda Arturo que, por una razón (¿una premonición, una clarividencia, una corazonada?) que aún no ha podido explicarse, se sentía inhabitualmente nervioso hasta que los presentadores dijeron "Y para cerrar este maravilloso espectáculo de esta maravillosa noche caribeña, ¡De España, Amparo Bailén y su orquesta!”. Amparo cantó “En el balcón aquel”, “En el tronco de un árbol” y “Lágrimas Negras”. La primera noche del Festival había sido cerrada con broche de oro, la de Amparo y la de Arturo estaba por comenzar sin causa y sin móvil, como ocurre siempre que el gran amor toca a las puertas de un corazón preparado para él.

En medio del típico nerviosismo y trasiego de un camerino, Arturo pasó por el lado de Amparo Bailén con la intención de abordarla y de entrevistarla, pero se le veía muy ocupada cambiando impresiones con sus músicos, diciéndoles lo que no le había gustado y dándoles indicaciones para el siguiente día. Esperó un poco y, cuando había quedado sola con su guitarra, se acercó.

-¿Cansadita? - le dijo

-Alguito -le dijo ella con una muy bien disimulada sonrisilla y una no menos disimulada mirada de mujer flechada y flechante.

-Le ayudo a guardar la guitarra -le dijo, mientras se presentaba como periodista cubano que cubría el Festival y le metía la guitarra en el estuche.

-Estuvo muy bien -agregó y, consciente de que disponía de poco tiempo -Mire, tengo que pasar por el periódico a redactar lo de esta noche, pero me gustaría verla antes de que se oculte esa luna, ¿Dónde está hospedada, Amparo?

-En la habitación 13 del hotel Colony

-¿Me esperará?

-Le esperaré, le dijo Amparo.

Pasó por la redacción, entregó la noticia y alrededor de las 3 de la madrugada llegó al Colony, el mejor hotel de Isla de Pinos, el único que está junto al mar y el que queda más lejos de Nueva Gerona.

Entró, miró hacia todas partes y de un grupo de gente que iba y venía, que hablaba y reía, salió Amparo corriendo hacia él al tiempo que Arturo corría hacia ella. Se abrazaron como si se conocieran de toda la vida, como si se estuvieran esperando desde toda la vida. Se desabrazaron, quedaron con los brazos cruzados, frente a frente, mirándose por todo lo que no se habían mirado en sus existencias hasta ahora separadas, y, sin proponerse nada, sin acordar nada, como si cada quien hubiera adivinado lo que habría de hacerse, cruzaron el concurrido salón, la piscina, anduvieron hacia un largo muelle de madera, de doscientos metros, que partía en dos pedazos la espuma del mar, con los cuerpos no saben de qué forma entrelazados, y, al final, ya en un banco también de madera, el banco más al sur de Cuba, Amparo le dijo:

-¿Quién lo iba a decir?

-Yo, yo -le dijo él- desde que leí tu nombre por primera vez. Sabía que mi amor sería no a primera vista, sino a primera lectura. Como esos amores en los que tanta gente no cree –bromeó.

Y, debajo de la luna más fermosa que ojos humanos hayan visto, se dieron el primer beso y regresaron rápidamente a la habitación porque no había Dios que aguantara el frío salobre de aquella noche en aquella isla de Cuba.

-¡Qué original he sido! Traerte aquí, a esta hora, con el frío que hace.
- Sí que has sido original.

Entre uno que otro Mojito, preparados por Arturo, se amaron claros, intempestuosos, sencillos y profundos como el mar que se veía desde la terraza de la habitación 13.

-¿Para dónde vas cuando salgas de Cuba? –le preguntó Arturo.

-De aquí voy a Nicaragua. Participaré en Managua, en el Teatro Ruben Darío, en una velada solemne de recordación de la Revolución Sandinista –le responde Amparo.

-¡Qué bien! Me encantaría ir –dice Arturo- Yo admiro mucho a los sandinistas. Siempre me he sentido muy identificado con su revolución, con Sandino, con Ernesto Cardenal, el que era ministro de Cultura, incluso le dediqué un poema a la revolución sandinista en el ’79 y se lo entregué después en La Habana al Comandante Tomás Borge, entonces ministro del Interior sandinista.

-Allá tengo buenos amigos, Enrique Mejía Godoy, Carlos Mejía Godoy y Los Palacagüina –dice Amparo.

-Saluda de mi parte, por favor, a Carlos Mejía Godoy, que es mi amigo también –le pide Arturo

-Después iré a México, a ofrecer unos cuantos conciertos, -dice Amparo- en el Café Concert, de México, y en el Auditorio Nacional, con Gabino Palomares y otros trovadores mexicanos. Tengo un buen programa de audiciones por delante para esta temporada.

-¿Por casualidad conoces al periodista Juan José Dalton, el hijo del poeta salvadoreño Roque Dalton? –pregunta Arturo- A Juan José lo conocí en La Habana, cuando él estaba aquí exiliado y yo colaboraba con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Yo los ayudaba a editar un modesto boletín, hacía la parte periodística.

-No, no lo conozco. De Roque Dalton sí he oído hablar –responde Amparo.

-Tiene un poema precioso que se titula Desnuda y que creo que dice “Como cuando naciste desnuda entre mis piernas…” No te fíes mucho en cuanto al autor de este verso, tal vez sea de William Shakespeare...

Amparo salió ese mismo día, a las 5 en punto de la tarde, hacia Varadero donde tendría que actuar esa noche, Arturo fue a despedirla a la terminal aérea de Nueva Gerona porque él, por motivos ineludibles de trabajo, no podía acompañarla a la famosa playa azul. La vio por televisión. Abrió su parte con el bolero que más le había gustado a él, Lágrimas Negras, y Arturo la aplaudía desde la redacción de su periódico. No se vieron más durante ese viaje de ella a Cuba.



-Arturo, tienes que presentarte urgentemente en el Salón del Partido. Hay una reunión extraordinaria -le dijo Humberto Martínez, el diseñador del periódico que había recibido la misión especial de ir a buscarlo, en su moto azul MZ, donde vivía.
Arturo acababa de bañarse. Lavó el calzoncillo, las medias, cerró la casa y, montado detrás de la moto azul, fue llevado hasta la redacción del periódico Victoria que era donde estaba el salón del núcleo del Partido Comunista de ese órgano de prensa. No le extrañó a Arturo nada que no fuera la vertiginosa velocidad de un viaje que no tenía, según su recalcitrante ingenuidad, por qué haber sido obviamente anormal. Entró a la redacción, donde saludó a sus subordinados como todos los días y fue saludado por ellos como todos los días. Atravesó el largo pasillo central que conducía al salón situado al final de la segunda planta. Como todos los militantes, abrió, sin ningún ritual, directamente la puerta y, como siempre, encontró una mesa circular con 12 sillas, un búcaro en el centro, sin flores, tres ceniceros, una agenda y un bolígrafo, como siempre, delante de cada silla y, también como siempre y en la pared que quedaba de frente a la puerta de entrada, dos fotos, una más grande, de Fidel Castro, vestido de comandante en jefe, con una gran mochila, en una gran montaña, y otra de su hermano, Raúl, también de comandante.

El núcleo del Partido Comunista al cual Arturo pertenecía tenía 11 militantes, de ellos, tres formaban el secretariado, José, secretario general, Dora, secretaria organizadora, y Belkis, secretaria ideológica, pero había otra cosa anormal, la silla número 12 estaba ocupada por el siempre encartonado segundo secretario del comité provincial del partido en Isla de Pinos, Roberto Franco. Menos los tres del secretariado y el invitado de honor que conocían el misterioso Orden del Día de la reunión, el resto de sus camaradas de lucha lo saludó tan efusivamente, tan cariñosamente, como todas las mañanas, como cualquier tarde, como la más común noche de la vida, sin embargo la citación intempestuosa, la discreción con el Orden del Día -que aún en las reuniones extraordinarias solía anunciarse- y una expresión distinta, ambiguamente legible, anunciaba que algo realmente grave estaba por pasar en poco tiempo. Arturo pensó que seguramente se habría incumplido el importante plan de producción para la exportación de toronjas. Alguien llegó con la cafetera de amargo néctar, los que fumaban encendieron sus cigarrillos y sonó en las cuatro paredes la arquetípica frase con que siempre se iniciaba este tipo de ritual.

-Bien, compañeros, vamos a comenzar -dijo el Secretario General-. Como ustedes y todo nuestro pueblo saben nos encontramos en estos momentos en una nueva etapa de saneamiento de la moral revolucionaria después de los aleccionadores acontecimientos de los apátridas en El Malecón, el pasado 5 de Agosto y que el enemigo ha bautizado como El Maleconazo, a quienes tan contundente respuesta dieron las masas trabajadoras con toda razón airadas y, como siempre, entusiastas y combativas junto a Fidel, el Partido y el Socialismo, pero como el perfeccionamiento del hombre nuevo y nuestra sociedad cualitativamente superior es un proceso continuo hoy tenemos que cumplir la penosa tarea de separar a un compañero de nuestras gloriosas filas, un compañero que ha cometido un grave error de principios, un compañero que ha dejado de ser leal a nuestro glorioso partido y a su Gran Guía y Jefe, Fidel. Sin más, proponemos la separación de las gloriosas filas del partido comunista de Cuba del ciudadano Arturo Estuardo que ha osado establecer relaciones con una extranjera española, la conocida cantante Amparo Bailén.

El secretario calló, miró todas las caras.

-Eso es todo, compañeros. Ustedes tienen la palabra -concluyó.

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